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Ah chingá

mentada

Una de las cosas que me quedaron como mala costumbre de mi estancia por el sureste de México es la facilidad para mentar madres, en Guadalajara o en el D.F. bien pudo haberme costado mas de una golpiza, pero no en el sureste. No puedo decir que fue fácil acostumbrarme, las primeras veces que me lo aplicaban sentía como el calor se me subía a la cara, en esas ocasiones solo opté por contenerme e imaginarme a mi mentándole la madre a alguno de mis amigos tapatíos o chilangos, ya después di el siguiente paso: cuando un amigo peninsular (de la yucateca) me la recordó así nomas como pa saludarme pues que se la contesto, los músculos del cuerpo se me engarrotaron por un momento, como listos para soltar o recibir algún buen madrazo, pero no, en vez de eso recibí una sonrisa a modo de aceptación por el cumplido, y de ahí en adelante me solté, sentía que se me juzgaba si no lo hacia, como que faltaba “algo”. Ahora de nuevo en la ciudad procuro volver a reprimir el deseo que ya había sido bien alimentado en las tierras del sur, de vez en cuando no me puedo contener, aunque ahora si he encontrado un equilibrio; ya no es para los cuates y tampoco esta sepultado en el fondo del estomago, ahora lo uso cuando lo debo usar (para los cafres por ejemplo), y ahora ademas de mis enemigos solo le permito a Octavio Paz recordarme que soy (como muchos) un hijo de la chingada.

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